Tartar de vieiras con huevas de salmón y lotus - Pol Aregall |
Yubari es ese restaurante al que te asomas casi por timidez. Ese del
que sabes que cuando salgas algo habrá cambiado en tu forma de entender la
cocina. Entrar es como tener acceso a un tipo de fusión entre jungla y océano.
Troncos de árbol por todo el salón y una gran pantalla donde se puede ver peces
buceando como paisaje de fondo. Relajante. Pero algo inquietante.
Una gran barra de madera curvada; detrás de ella, dos cocineros
preparan sushi y otros mejunges deliciosos. Los observo: están concentrados en
su trabajo, pero no se les pasa saludar amablemente a nadie. Filosofía
japonesa, dirán algunos. Lo cierto es que encontré grandes dosis de tradición
nipona, y ya no sólo por el trato recibido. Vayamos al centro de la cuestión:
los platos.
Empezamos el menú degustación con una ensalada templada de setas japonesas; me atrevería a afirmar que
incluso los que detestan estos hongos quedarían prendados.
No fueron menos las gyozas de wagyu con puré de boniato, una carne
exquisita para la preparación de platos gourmet de alto coste. Nada que ver con
las gyozas que había probado hasta por aquel entonces. Un plato consta de dos;
un único bocado y todo el sabor de esta variedad de ternera del Japón.
Gyozas de wagyu con puré de boniato - Pol Aregall |
Para compensar, tartar de vieiras con huevas de salmón y raíz de lotus
crujiente y tataki de atún con tuétano glaseado y karashi casera, una salsa
hecha a partir de la semilla de una especie de mostaza.
El tuétano es una de esas cosas que quizás te pensarías dos veces antes
de probarlo, pero que en Yubari se te brinda ante los ojos como una
oportunidad. Una oportunidad que no podía dejarse escapar. Su intenso y
peculiar sabor consiguieron hacer de ese
plato una experiencia diferente y única, sin llegar a mitigar el característico
gusto del tataki. Por su intensidad, fue sin duda el plato más rompedor. Aunque las vieiras con salsa de miso caramelizado y jalapeño no tenían
nada que envidiarle.
Tataki de atún con tuétano glaseado y karashi - Pol Aregall |
Sin duda, la selección de platos fue muy coherente con el lugar donde
estábamos: un restaurante de cocina nipona con un toque vanguardista. Por ello
que tan sólo los nigiris de atún y salmón fueran lo único que no me sorprendió.
Aunque agradecida de su sabor, fueron el pequeño matiz que intentaba
desmitificar el lugar; la justificación para entender que en Yubari se ofrece
cocina tradicional japonesa. Independientemente de que sea más o menos
innovadora.
Y algo que por otro lado los turistas agradecerán al saber que siempre
estará ahí ese sushi tan deseado.
Simbología nipona - Pol Aregall |
Cuando estoy a punto de terminarme una Asahi – cerveza también de Japón
– reflexiono acerca de ese sitio. Observo a los comensales: todos parecen
encontrar en Yubari el lugar para la armonía. Una especie de retiro espiritual
perpetuado intensamente por la música relajante y el azuloso fondo de peces.
Una tranquilidad que se acentúa por momentos cuando, después del postre,
pedimos té japonés. Ni siquiera la explosión de sabores del último plato – el
jardín de Cuba, con chocolate, avellana y té – consiguen irrumpir la calma que
desprende ese lugar. Después, el té matcha me ayuda a recrear la sensación de
que estoy en mitad del Oriente, literalmente rodeada de troncos de árboles y un
pequeño jardín tropical al fondo.
Interior de Yubari - Pol Aregall |